14 de abril de 2008

La niña de los bultos




A Lucía...

Mi amiga Lucía es una mujer complicada. Exquisitamente complicada. Contradictoriamente complicada.
Le busca solución a todo. Raquel siempre le dice que debe de escribir un libro con sus trucos y recientemente Hecma se lo ha recordado.

Mi amiga Lucía habla no sólo por la boca, también lo hace con los ojos, con las manos, con los pies, con el pelo. Cada gesto que hace es una oración, una palabra silente.
Escucha y conversa con la misma intensidad, y eso es una habilidad que pocos tienen y menos en estos tiempos en los que abundan los que se llenan la boca y se tapan los oídos con sus propias palabras.

Mi amiga Lucía la conocí a los 15 años ¿o eran 16? Ya ni lo recuerdo. Pero no la conocí hasta los 21 años con un bulto a las espaldas en busca de la aventura europea veraniega.
Corriendo bicicleta en aquel París del 2003, justo iniciando la guerra. Inhalando y exhalando en Holanda, mientras nos perseguían unos niños de 16 años. Corriendo con chocolates en un tren suizo sin horas de retraso. Llorando por la llegada de un cumpleaños a tiempo. En busca de un gnomo extraviado. En campos de concentración y kebab marroquíes/alemanos. Buscando brujas con un canadiense... Después de estas experiencias habían dos alternativas para nosotras: amigas o enemigas. Escogimos la primera.

Mi amiga Lucía es publicista, esteticista y mentalista. Retrata. Todo el tiempo retrata. Pero ella no se da cuenta. Capta cada imagen y la almacena en su álbum craneal. Cuando menos te lo esperas saca una fotografía. Te dice qué ropa, qué fecha y te dibuja la imagen de un lugar pasado, a veces extraviado en mi mundo mental. Por eso digo que se pasa retratando.

Mi amiga Lucía es viajera. Es la niña de los bultos. La que nunca está anclada, pero no a la deriva.

Mi amiga Lucía se va un ratito de mi mapa inmediato. Se va porque es viajera y porque ha decidido anclarse en un mar en el que se siente cómoda, tranquila. Pero también se va porque es inquieta, porque le gusta aletear y porque necesita ese nuevo soplo de vida. Necesita su independencia, necesita ser plena.

Mi amiga Lucía la voy a extrañar en este mar donde vivo. La voy a extrañar porque me hace sentir cómoda, porque me deja ser yo misma, porque me escucha, porque me entiende, porque no me juzga, porque me tolera, porque me quiere, porque con ella hablo y no hablo y de todos modos me entiende, porque yo no soy de trucos, soy de palabra, porque es un balance entre mis amigas, porque es inventora, sensible, porque llora conmigo si lo tiene que hacer, porque me pone en órbita cuando me extravío, porque es mi compañía, porque es mi amiga.

Pero a mi amiga Lucía y a mí nos queda un largo trayecto juntas porque ya trazamos una ruta que no puede borrarse, porque hemos vivido juntas momentos que son irrepetibles y porque ya sucedió esa magia que ocurre entre pocas personas: la amistad.

Como le he dicho anteriormente, quizás estemos separadas por el mar, pero siempre, siempre nos quedan las palabras.


Buen viaje!


Te quiero, Mariela