9 de mayo de 2007

Perra


Llegué a casa bailando mi chachachá de descarga después de un día de trabajo puñetero. Cuando papi y mami me informaron de la noticia: "No se lo digas a tu hermana que está embarazada y le podría afectar, pero Tonka se murió". Paré en el chá. Tonka fue la perra mía y de mi familia por los pasados once años. No podía creerlo, verifiqué todos los detalles. ¿Comida? Check, ¿amor? check, ¿veterinario? check. ¿Qué le había pasado? Rápido pensé que mis vecinos la habían envenenado. Adoran a los animales, tienen como 20 gatos ( de los cuales 19 han muerto), dos perros y quién sabe qué más... Imposible, no fueron los vecinos. Entonces, quién había sido el inhumano que había matado a mi perra. El cartero, tuvo que ser el cartero. Todo el día entregando cartas y siendo atacado por perros y gente, fue el cartero. Pero no, en casa el cartero no se baja de su guagüita londinense. Enumeré una lista de posibles "envenenadores" y hasta sugerí a mis padres que le hicieran una autopsia a Tonka para ver qué veneno había sido el causante de su muerte y de ahí partir.
La verdad es que Tonka no murió por falta de amor, ni por hambre ni por evenenamiento. Murió de vejez, de un infarto, se especula. No pude evitar la tristeza por la pérdida. Tonka me recibía siempre con un ladrido y un cariño baboso. Se percataba cuando la ignoraba y con su hocico buscaba mi mano hasta que me obligaba a sobarla y rascarle su cuello. Confieso que detesto que se hablen de animales como si se tratasen de hijos o hijas, detesto los artículos del periódico que le dedican páginas a "Cuchi", "Pili", "Bebe" o a cualquiera de esos nombrecitos de ratón de Disney que le poenen a las mascotas.
Pero hoy no puedo más que hablar de Tonka, nombre de truck de juguete que se le puso por su tamaño y fuerza en las patas. Esta noche no escucharé sus ladridos, que me volvían loca en las noches y me obligaban a gritarle desde mi ventana que se callara, y tampoco recibiré sus babasos por las mañanas.
Llevaba meses que no me atrevía a jugar mucho con Tonka, estaba un poco agresiva y pensaba que me podía morder en cualquier momento. Ella sabía de mi miedo. El domingo la vi tendida al sol. Fui donde ella, la sobé, la sobé, y me senté en el piso a jugar con ella. No hubo ladridos, no hubo babasoso.
Me dijeron que la encontraron dormida, debajo del árbol de siempre.