Se lambe con su lengua húmeda los orificios de la vejez hasta que toca con la puntita de la serpiente roja de su boca su propia carne. Cuando la descubre, se chupa completo hasta perder su identidad. Siempre quiso cruzar fronteras.
Cuando nací mis padres decidieron adornarme con nombres de flores. Pero cuando crecí ya se habían olvidado de cómo llamarme. Desde entonces, ando en búsqueda de un nombre. Por ahora, pongamos que me llamo Rosa y que nací un día indefinido.