Las uvas comenzaron a salirle por los oídos y la ciudad se inundó de un olor dulzón de pulpa púrpura. Eran cuadradas, aquellas uvas. Los que comían, las uvas, se reconocían por el color de las encías. Fue así como comenzó a dividirse la ciudad en los comeuvas y los nocomeuvas.
Cuando nací mis padres decidieron adornarme con nombres de flores. Pero cuando crecí ya se habían olvidado de cómo llamarme. Desde entonces, ando en búsqueda de un nombre. Por ahora, pongamos que me llamo Rosa y que nací un día indefinido.