El olor a sangre la atrapó cuando vio llegar a la mujer del cabello azul. Era una peluca espantosamente llamativa, la que tenía aquella mujer que se paseaba de lado a lado por el pasillo del hospital. Enseguida encendió un cigarrillo para ver si alejaba aquella peste a cuagulo rojo que colgaba del vestido corto de aquella mujer que reía como loca, pero que mantenía una mirada firme y aliviada y no perdida y escurridiza como ésas con las que dibujan a los personajes lunáticos en las películas de Hollywood.
-Señora, ¿qué hace fumando en la sala? Está loca, apague eso inmediatamente. Le exigió una enfermera.
-Disculpe, pero como el médico fumaba, pensé que estaba permitido.
-Pues no. Además, el médico está fumando fuera de la sala de operaciones.
Llevaba seis meses esperando por el día de su operación y hoy, que era el gran día que esperaba, la dama del cabello azul la dejaba sin aliento, con ganas de escapar. Hacía cinco meses que había comenzado a desangrarse por entre las piernas. Al principio pensó en un aborto natural de un embarazo no anunciado, luego pensó que era aquel golpe de bicicleta que le robó la virginidad con apenas 12 años. Pero los médicos descartaron todas esas posibilidades, luego de varias pruebas acuáticas.
-Se le han roto todos sus capilares. Le dijo un médico. El único remedio es operarla y agregarle sangre azul.
-Eso jamás, ripostó.
Buscó una segunda, tercera, cuarta, quinta, sexta, séptima y hasta una octava opinión, pero todos coincidían con el diagnóstico inicial.
Hasta que una noche de julio, mientras dejaba rastros de sangre en el suelo, un hombre le dijo: "Yo sé lo que tiene".
-Se llama cardialgia y el dolor se le está reflejando en un segundo corazón.